Dos
seres frente a frente; dos seres hermosos coincidiendo en mitad de un espacio
con olor a vida.
No
se conocen de nada y nada les une; ningún vínculo cercano; ni tan siquiera una
mínima afinidad en gustos o costumbres.
Pudiera
resultar incluso paradójico o pasar inadvertido en quien no ve más allá de sus
ojos. Pero el encuentro de esos dos seres, habla a borbotones dentro de un
silencio sólo roto por unas hojas mecidas por un viento otoñal.
Dos
seres que se miran, que se estudian fijamente, sin pestañear; uno asombrado, el
otro, expectante. Quietud en sus cuerpos, miradas encontradas y un impasse de
espera que midiendo segundos, construyeron eternidad.
No
se escucharon palabras; no se necesitaron.
El
tiempo se detuvo y con él los tiempos en los que vivimos. Sólo con un gesto, se
esfumaron como por arte de magia todas las maldades del hombre; su pétreo
corazón sólo impulsado por su afán de posesión sin límites; su obsesión de
sentirse rey sin reino y su falta de valores en un mundo descabezado de sentimientos.
Esta
vez, habló el respeto, la admiración, el cariño y la sensación de libertad sin
nada ni nadie que pudiera hacer tambalear quizás lo más grande que toda
sociedad debiera tener: la educación.
Estos
dos seres, me han dado una lección de vida dejándome impresa en retina y alma
algo que creí perdido…
…La inocencia
* Dedicado a toda persona que quiera y sepa practicar algo tan hermoso como el respeto y el amor por los animales y la naturaleza que tenemos la gran fortuna de disfrutar en este planeta llamado Tierra.
Y como no, también a mi hija María que está aprendiendo por sí misma a ver más allá de unos ojos silenciosos o un mudo paisaje. En definitiva, porque está aprendiendo a vivir.