Dos horas, dan el suficiente tiempo para
reflexionar; interiorizar en uno mismo y buscar respuestas a muchos
interrogantes.
Interrogantes que parten de certezas, de
errores, de convicciones y de hechos que por sorpresivos, dejan la mente fría y
el corazón caliente y en ocasiones como ésta, en mi caso y ahora, justo al
contrario.
De un tiempo a esta parte, vivo en un
mar de dudas; primero, conmigo mismo. Tempestades, nubarrones, vientos
racheados, desconfianzas, desidias, conjeturas, aburrimiento, rutina, malestar
físico y un largo etcétera, están imprimiendo en mí un carácter peleado a doce
asaltos con lo que siempre he intentado ser.
Y ese combate, después de mucho meditarlo,
he pensado que es hora de acabarlo y ganarlo por k.o.
No puedo dejar pasar horas, días o
devenir de acontecimientos. No debo esperar reacciones, cambios, o situaciones
diferentes para buscar ese mar en calma, esa vuelta a la normalidad que todos
necesitamos encontrar de vez en cuando.
¿Cómo puedo buscar, pedir o reclamar la
paz del mundo si no puedo pacificar mis propios pensamientos o ideas?
Esa persona actual, no soy yo; es otro
parecido que ha llamado la atención y extrañeza de gente cercana e incluso de
algunas otras que en la lejanía se preguntan por mi cambio de actitud, cuando
antes nunca lo habían hecho.
Todos sufrimos altibajos, decepciones,
malas rachas, sinsabores y en general, golpes morales que influyen en nuestra
forma de ser y actuar.
Pero nunca debieran servirme de excusa
para apartar de un plumazo historias de bondades, reconocimientos,
compañerismos, risas, reuniones o brindis, por mucho que alguien o las
circunstancias, merezcan ser marcados con el sello de la indiferencia a ojos de
la mayoría, incluido yo.
No puedo hacerlo, porque sería
traicionarme a mí mismo y mis creencias. Sería hipócrita por mi parte traicionar
aquello en lo que siempre he querido creer aunque la realidad de la vida misma
se empeñe en demostrarme que no es así.
Me debo obligar a creer en la bondad
natural del hombre. No creo que nadie haya nacido con la perspectiva de ser o
comportarse como una persona necia, falsa, con harapos de cordero o traición en
la mirada. Pienso que nadie nace con ansias de confrontación o de causar daño a
los demás.
Debo pensar que nadie está libre de
ofuscarse, de equivocarse, de contradecirse asimismo. Porque en esta vida, que
tire la primera piedra quien nunca haya cometido un gran error.
El tiempo, debería ser el único juez que
nos pusiera a cada uno en nuestro lugar.
Por eso, hoy quiero volver a abrir los
brazos, estrechar manos y volver a mirar a los ojos de las personas que están
sembrando en mí mares de dudas. Pasar en cierto modo página de esas pequeñas
historias negras que sólo emponzoñan la buena voluntad y el sentir bondadoso de
los que intentamos en mayor o menor medida ser recordados algún día como tipos
que en el fondo no éramos tan malos.
Que esa digamos “reconciliación” pudiera
llegar a plasmarse en amistad, será una tarea más difícil considerando que la
amistad es un sentimiento para mí quizás incluso más fuerte que el amor; porque
uno se puede enamorar repentinamente de alguien, pero la verdadera amistad, no
surge de inmediato. La amistad hay que trabajarla, la amistad hay que
conquistarla y sobre todo y más difícil, la amistad hay que conservarla.
Amistad es compartir; acudir sin ser
esperado; llamar sin ser llamado; sorprender donde no cabían sorpresas e incluso
perdonar donde no cabía el perdón. Lo demás, es otra cosa.
No quisiera con estas letras,
defraudar a nadie o que alguien pudiera sentirse engañado. Todo lo contrario. Lo único que
busco es que más tarde o más temprano, regresen la concordia, la educación, los
buenos recuerdos, lo positivo en lo vivido y los deseos mutuos de éxitos y
felicidad que tanto nos hacen falta empezando por uno mismo.
El camino, será difícil, tortuoso y
lleno de dificultades; pero pienso que usando la voluntad como buen principio,
un buen final llegará.
Tiempo al tiempo.